Delirio
- Pedro Montes
- 2 mar 2022
- 2 Min. de lectura
“Pa pa pa, papa. La clave mi gente. Pa pa pa, papa. La clave llama a la salsa”. Escuchaba: “Salsero si llaman yo vengo” y sin aviso mis pies ya revoloteaban en aquella carrocería. “¡Salsero si llaman yo vengo!”, “¡Salsero si llaman yo vengo!”. El último llamado daba origen a tan alto ministerio musical “¡SALSERO SI LLAMAN YO VENGO!”. Y sin importar ya, mis manos empezaron a retumbar en mis piernas como una lluvia incesante de golpes llenos de sabor. Un aura empezaba a surgir y las gotas de sudor nacían, solo era yo y la música en ese instante. Solo Dios sabia tremendo goce que estaba en mi mente, un paso pa’ atrás y otro pa’ lante para un espectacular ¡abre que voy! ¡Qué bonito!
“¡Abre que voy! ¡Lo baila usted!”, recordé los aplausos. El piano mañoso empezaba a marcar la melodía, las trompetas elevaban a la gente y la campana repicaba de tal manera que desafiaba al público. “Abre que voy, si vienen los cubanos” y las personas tiraban paso. El sudor en sus cuerpos y las gotas al suelo mostraban la alegría que la rumba provocaba. Las mujeres contoneaban su cintura y los hombres revoloteaban sus pies. Parecía un mar de un oleaje turbio, cuyo viento y marea se marcaba por el “Tun tun, quién es”.
“Aguzate Miguel”. Y yo me encontraba en la tarima en donde “uno debe estar mosca por donde quiera”. Mis hermanos y yo controlábamos el rumbo del baile. Bastó con eso para saber que ya hacíamos parte del extremo delirante de los colores cambiantes del escenario. Asombrado de tener todos los sentidos aguzados, dispuestos a emerger con las trompetas, el solo del timbal me transportaban a un trance del que solo mis oídos y movimientos me salvaban. En mi mente unas voces me decían: “¡Aguzate! Que te están velando”. Abrí la boca y me entregué a la dicha y a los sueños. La experiencia de la música era exquisita. “Timbalero, prepárate” “pronto llegará el momento que tú puedas vacilar y descargar”, él provocaba un tumbao que hacía temblar el suelo. Tanta alegría junta invadía mi cuerpo y provocaba que las congas lloraran de los golpes tan fuertes a la que los sometía. Mis manos golpeaban el cuero cada vez más duro y mi corazón se unía con el público en una danza paralela entre sus piernas y mis manos. ¡Timbalero! “Más timbal para los rumberos, Mas timbal pide la rumba”.
“¡Azúcar, azúcar, otra vez!” La noche delirante aclamaba rumba, me exigía más y más. Mis manos adoloridas no importaban, mi cuero al igual que el de la conga sollozaban en un delirio y un dolor ansiado. “¡Ay! baila, baila, baila, baila con la punta al pie”. Publico mío “Bailen con la punta al pie, bailen con la punta al pie”. Era el momento, ya estaba cerca: “¡Que salgan las bestias! Hey, que ahí viene Richie y viene virao”.
Pedro Montes.
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